Centro de Estudios Maximalistas

¿De dónde sale el maximalismo?

1. La experiencia del software libre

A finales de los años 90 y durante la primera década del siglo XXI Internet hace posible las primeras grandes comunidades de software libre. De forma gratuita y voluntaria, miles de personas de todo el mundo se organizan de manera espontánea para crear, mejorar y mantener programas de software que quedan a disposición de cualquiera que quiera usarlos, desarrollarlos, mejorarlos, estudiarlos o comercializarlos. Son los nuevos «comunales digitales universales» y pronto se verán complementados por comunidades similares de desarrollo de documentación y manuales, hardware, maquinaria de todo tipo y hasta equipos médicos. La posibilidad presente en cualquier proyecto de continuar el desarrollo por una vía alternativa («hacer un fork»), abierta a cualquiera con los conocimientos suficientes, llevó a estas comunidades a tener dos características muy originales entonces: una lógica de pertenencia determinada casi exclusivamente en el aporte de cada cuál, y un sistema de gobernanza basado en el consenso; consenso que se sostenía sobre un proceso deliberativo continuo y un fuerte sentido de la responsabilidad colectiva.

2. Los orígenes del maximalismo

A principios de los años 2000 aparecen las primeras cooperativas de trabajo alrededor de los comunales digitales universales. Participan en el desarrollo de todo tipo de proyectos de conocimiento libre y generan ingresos ofreciendo servicios de consultoría, implantación, personalización y formación. Son comunidades de trabajo que entienden el desarrollo de conocimiento como el resultado del trabajo colectivo y cuyo objetivo social es producir abundancia en la «comunidad mayor», es decir, al mismo tiempo desmercantilizar el conocimiento y poner en valor el trabajo que lo desarrolla. Van contracorriente en un mundo empresarial cada vez más cegado por la posibilidad de crear monopolios a base de patentes y restricciones, y en medio de una economía que devalúa cada vez más el trabajo de las personas y su aporte al conocimiento social.

3. Regresión en cadena

Al final de la primera década del siglo comienza una regresión en cadena. La web, el primer gran medio de comunicación distribuido y casi universal, se centraliza en torno a una Big Tech (Google, Amazon, Facebook...) cada vez más monopolista que alienta y monetariza la división social mientras alimenta las bases de datos que harán posible después el boom de la IA; a partir de 2009 la crisis financiera devalúa el trabajo y el conocimiento precarizando cada vez más la existencia de viejas y nuevas generaciones.

A partir del Brexit en 2017 un «sálvese quien pueda» desesperado y destructivo transforma la cultura social y nuevas olas de identitarismo pretenden transmitir que la universalidad de los valores y necesidades humanas es cosa del pasado. El nuevo marco global de repliegue nacionalista y militarismo resucita el fantasma de la guerra; las grandes ciudades ofrecen cada vez vidas más precarias mientras las zonas rurales envejecen y se despueblan azotadas por nuevas formas de producir ultraintensivas -y antiecológicas-, mares de placas y una devaluación del trabajo tan extrema que muchas veces queda fuera de la ley.

4. Un cooperativismo oficial que niega la centralidad del trabajo

Mientras tanto, las organizaciones oficiales del cooperativismo que siempre habían tendido a invisibilizar el cooperativismo de trabajo, se autodisuelven en un discurso que reduce el cooperativismo en general a una «forma jurídica» de la «economía social». Pero la «economía social» es una fórmula ambigua, cuando no vacía. Mezcla todo: el trabajo asociado, las iniciativas asistenciales, la filantropía empresarial y el marketing «de valores», invisibilizando aún más la centralidad del trabajo, su sentido comunitario y la oportunidad histórica de construir abundancia a través de los comunales universales.

Donde existen como organizaciones diferenciadas, esta regresión afecta también a las federaciones nacionales de cooperativas de trabajo asociado, que adoptan pronto el discurso de la «forma jurídica» y el argumento de «las ventajas fiscales» como si fuera lo definitorio del modelo. No resultaba extraño porque estas organizaciones -y sus cooperativas emblemáticas- venían minadas desde hacía mucho por una ideología gerencialista que separaba la gestión del trabajo y encargaba la administración de lo común a «profesionales» del mandar. En la práctica estos gerentes profesionales financiarizaron a las grandes cooperativas industriales de trabajadores, endeudándolas cuando no quebrándolas y las embarcaron en un modelo de internacionalización que trasladaba el grueso del trabajo hacia países de salarios bajos donde abrían fábricas gigantescas sin hacer nunca socios a los trabajadores.

Es decir, llegó un momento en el que hubo que aceptar que las organizaciones oficiales de cooperativas de toda Europa se habían convertido en un vector más de devaluación del trabajo. Y la prueba es que cuando asesoraron a Portugal en su nueva ley de cooperativas o al Parlamento Europeo sobre la ley que permite crear cooperativas de ámbito europeo, desapareció en las normas resultantes la consideración de la cooperativa de trabajo como un tipo de cooperativa propio, pasando a ser invisibles para la legislación y tratadas igual que una cooperativa de empresarios, consumidores o propietarios.

5. La emergencia del maximalismo

Como respuesta, especialmente desde 2010, se concreta tanto en Europa como en EEUU, un magma de cooperativas de trabajo que en vez de difuminar los contornos del cooperativismo de trabajo apuestan por maximizar su impacto social y la claridad de sus premisas.

La nueva ola de cooperativas de trabajo rechazará de plano el neutralismo del cooperativismo oficial, afirmará nuevos espacios y abrirá a la discusión nuevas prioridades, reafirmando al mismo tiempo la necesidad de una «vuelta a los orígenes» del cooperativismo de trabajo.

El cooperativismo maximalista surgirá de ese ambiente, internacional desde su origen, afirmando unos nuevos principios cooperativos maximalistas.

6. Los principios maximalistas

Los principios maximalistas definen a la cooperativa como una comunidad de trabajo en torno a un comunal de conocimiento y recursos en la que tanto las personas como el grupo y su entorno social no son medios para obtener nada, sino fines en sí mismos. Por eso, definen la pertenencia de cada uno a través del aporte a la comunidad, estableciendo la gobernanza por consenso y la retribución igualitaria ponderada por las necesidades particulares de cada miembro.

En su mirada hacia el entorno, los principios proponen maximizar el impacto en bienestar sobre la comunidad mayor que rodea a la cooperativa, renunciando al reparto de beneficios entre los socios y a la generación de escasez -a través de patentes y otros monopolios- para generar ingresos.

Rematan rechazando todo «neutralismo» frente a los grandes retos de época: la devaluación del trabajo, la extensión de la guerra, las fracturas territoriales y la despoblación, la destrucción medioambiental...

7. ¿Qué quieren los maximalistas?

Los maximalistas queremos impulsar y extender un modo de vivir cooperativo y productivo, en el que el desarrollo de cada uno impulse el desarrollo de la comunidad como un todo.

Esa perspectiva, que nace de entendernos como una comunidad de trabajo, se extiende a toda nuestra acción sobre el entorno. A través de ella queremos devolver a los pueblos y comunidades en las que trabajamos la consciencia de la centralidad del trabajo, ayudarles a ser más productivos, igualitarios, soberanos y resilientes, y sobre todo más capaces de servir de base a vidas mejores.

Ese objetivo implica apostar por el conocimiento y la tecnología, pero también ser conscientes de que toda tecnología impone una cierta arquitectura de poder. Por eso las tecnologías y el conocimiento libre forman el núcleo de nuestra caja de herramientas. Apostamos por aumentar alcances (la cantidad de cosas diferentes que pueden producirse con las herramientas disponibles) y reducir las escalas (el tamaño necesario para producir eficientemente). Y nos tomamos muy en serio generar proyectos de investigación, emprendimientos colectivos y empleos que apunten en ese sentido.

Creemos que el punto de partida de los cambios positivos que vienen está hoy en las periferias: el rural, el conocimiento libre, las pequeñas empresas y cooperativas de trabajo, en los movimientos comunitarios que buscan revitalizar las regiones en crisis demográfica y en lugares donde todavía ni siquiera se nos ocurrió mirar. Y por eso hacemos cuanto podemos por darles visibilidad y herramientas y reforzarlos mediante la cooperación.

En resumen: los maximalistas queremos ser útiles a un nuevo modo de vivir y hacer sociedad.

8. ¿Hacia dónde van los maximalistas?

Los maximalistas estamos en un momento de florecimiento. Nuestro impacto social está aumentando y las nuevas herramientas que creamos para ello, como la Fundación Repoblación, han pasado muy rapidamente a estar en pleno funcionamiento.

Creemos estar en el buen camino, aunque no libres de error. Nuestras puertas están abiertas.

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